Tal día como hoy, el 2 de abril de 1876, nació en Barcelona la pintora catalana Lluïsa Vidal, en una familia acomodada y culta perteneciente a la alta burguesía.
Tanto ella como el resto de sus ocho hermanas y tres hermanos disfrutaron de una educación erudita y artística, recibiendo el apoyo paterno para desarrollar carreras profesionales. Pronto destacó el talento de Lluïsa para el dibujo y comenzó recibiendo clases particulares de algunos pintores relacionados con el privilegiado círculo de amistades familiares.
Su debut tuvo lugar con 22 años en 1898, cuando participó en la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona y recibió una mención de honor por un cuadro que hoy se encuentra desaparecido. Ese mismo año, celebró su primera exposición individual en la histórica Sala Parés, consiguiendo un gran éxito de público y prensa.
En 1900 visitó con sus padres la Exposición Internacional de París y entonces decidió trasladarse allí para perfeccionar su formación en la Académie Julian y en la Académie Humbert.
En 1902 regresó a Barcelona por motivos familiares y económicos. A su vuelta, se afilió al grupo de feministas católicas lideradas por la escritora y periodista Carmen Karr (1865-1943), directora de la revista feminista escrita en catalán “Feminal”, en la que Lluïsa colaboró con ilustraciones desde su fundación en 1907 hasta 1915.
Fue una mujer muy activa y comprometida con el feminismo, incorporándose en 1910 al Instituto de Cultura y Biblioteca Popular de la Mujer, creado por la pedagoga catalana Francesca Bonnemaison (1872-1949). También diseñó la bandera de la Federación Sindical de Obreras, fundada en 1912 por su amiga íntima, la escritora y activista social Maria Domènech i Escoté (1877-1952).
La pintura de Lluïsa se inscribe estilísticamente dentro de la segunda corriente del modernismo catalán, aunque con una preocupación atmosférica y una pincelada ligera más próximas al impresionismo. En la temática abordó los retratos y la pintura de género, casi siempre protagonizados por personajes femeninos.
Además de tener una buena clientela y poder realizar numerosos encargos, se dedicó también a la docencia en su propio taller, situado en el antiguo estudio de Isidre Nonell, donde tenía instalada una academia de dibujo y pintura.
Fue una de las contadas mujeres artistas que se ganó por méritos propios el respeto y el trato igualitario dentro de un mundo dominado íntegramente por hombres, aunque su pintura era calificada con frecuencia como “demasiado viril”.
Por desgracia, murió durante la pandemia de gripe de 1918 con sólo 42 años, cuando se encontrada en plena capacidad creativa. Tras su fallecimiento, su legado fue heredado por sus hermanas, quienes en 1935 donaron nueve grandes obras a los fondos del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC).
Dado que fue una artista muy prolífica, hoy en día muchas de sus obras siguen en paradero desconocido o no están inventariadas en los almacenes de los centros, además de haber sufrido manipulaciones para atribuirlas a otros artistas masculinos coetáneos más cotizados, como por ejemplo Ramón Casas (1866-1932).
Su mayor reconocimiento póstumo tuvo lugar en el año 2016, cuando el Museu Nacional d’Art de Catalunya le dedicó una gran exposición retrospectiva comisariada por Consol Oltra Esteve (1959), gracias a quien se localizaron en diversas colecciones privadas extranjeras algunos cuadros que se encontraban descatalogados.